Georg Cantor y el Infinito

George Cantor revolucionó las bases de la matemática tradicional al crear la teoría de conjuntos buscando una explicación al infinito.

Esta teoría hoy se considera tan fundamental que raya en lo obvio, pero cuando lo introdujo fue polémico y revolucionario.

No hay teoría matemática que no se apoye en la teoría de los conjuntos. Es inclusive una materia obligatoria de niños de primaria antes de entrar de lleno a las operaciones y la aritmética.

Cantor fue tachado de hereje, loco y digno de no ser escuchado (lo que le trajo problemas depresivos y crisis nerviosas muy serias), sin embargo, él tenía la convicción de que estaba en algo muy importante y dedicó su vida y sacrificios a ello.

El elemento de controversia se centró en el problema de que si es posible alcanzar el infinito.

Antes de Cantor, la opinión general era que el infinito como una realidad no tenía sentido, sólo se podría hablar de una variable cada vez mayor sin que la variable llegara al infinito.

Es decir, se consideró que n → ∞ tiene sentido, pero n = ∞ no.

(Un número puede tender al infinito, pero ningún número puede ser infinito)

Cantor no sólo encontró una forma de encontrarle un sentido real, sino que demostró que existen diferentes órdenes o “niveles” de infinito.

Gracias a esto, pudo explicar y resolver las paradojas de Zenón que fueron una plaga de las matemáticas por más de 2,500 años.

Antes de Cantor el infinito era un concepto vago, después de el, las matemáticas, los números racionales, los números cardinales, los juegos y conjuntos de datos no se pueden concebir sin el concepto del infinito.

Georg Cantor nació el 3 de marzo de 1845 en San Petersburgo, Rusia.

Fué un matemático brillante, pero envidiado, al punto de que cuando se abrió la posibilidad de una plaza como profesor de la Universidad de Berlín, un grupo de matemáticos influyentes, entre ellos Leopold Kronecker, lograron impedir que se le diera el  nombramiento.

Tanto rechazo, odio y críticas de propios y ajenos por fin lo orillaron a que en sus cuarentas se alejara de la cátedra y muriera de crisis nerviosa en una manicomio de Halle, Alemania en 1918.